Por fortuna, la sociedad chilena, claramente demócrata, puso el ejemplo de cómo llevar a sus gobernantes hacia el perdón o castigo. Han sabido votar a perfiles de izquierda y de derecha, y siempre apuntan hacia quienes consideran el mejor candidato o candidata para mejorar su país. La segunda vuelta electoral que se celebró el domingo pasado evidenció la madurez política de este país sudamericano, tanto de su pueblo como de sus políticos.
Ellos, desde hace 19 años, tuvieron a la primera mujer presidenta, Michelle Bachelet, quien gobernó ocho años en dos periodos distintos; ahora, disputa la posibilidad de dirigir la Organización de las Naciones Unidas. Es decir, Chile es semillero de buenos estadistas. Tras su pasado doloroso por la dictadura de Pinochet, se han sabido resarcir con creces.
Gabriel Boric, un joven político que irrumpió fuerte, un soñador, un socialdemócrata, quizá llegó demasiado temprano al poder, porque saber gobernar requiere no solo de inteligencia, ideas y conceptos, también de experiencia, temple y otras cosas que solo te dan los golpes de la arena pública. No obstante, su presidencia dejará huella por su fidelidad y coherencia a una ideología política, algo que hace falta mucho en pseudoizquierdistas que arroban a quien sea con tal de obtener el poder.
Boric defendió hasta el día de hoy la firme convicción de que sobre cualquier líder y proyecto político está la nación, y que para defenderla hay que proteger la democracia.
América Latina enfrenta la ambivalencia de una confrontación peligrosa, pero al mismo tiempo esperanzadora, de dos modelos que se enraízan: el democrático y el autoritario. Y esto va más allá de si los gobiernos son de izquierda o de derecha. Lo que preocupa ahora es el régimen y no la ideología.
Por fortuna, Chile, y quién lo iba a pensar, Bolivia, fueron los últimos dos países en demostrar que elecciones libres más el respeto a los resultados son esenciales para salvaguardar a las sociedades de las atrocidades que recaen en cúpulas de poder absolutistas o totalitarias, y que asumen que su canallesca y demagoga forma de ejercer el poder es la adecuada.
Un ejemplo claro de esta concentración de poder se vive en México y El Salvador, dos países que supuestamente están en las antípodas ideológicas, pero que, en el objetivo de controlar las decisiones del Estado en una sola persona o grupo en el poder, son muy parecidas.
Nayib Bukele está buscando aniquilar completamente los hilos de la democracia al buscar imponer la reelección indefinida, pero, ¿acaso en México no sucede algo parecido a través de la imposición de un grupo político, como lo hizo el PRI en su momento, a partir de la destrucción de órganos independientes, contrapesos, y al mismo tiempo regir las decisiones de los tres poderes del Estado bajo elecciones simuladas y compra de voluntades para perpetrarse en lo que ellos llaman gobierno? Digamos que sus caminos son distintos, pero los objetivos se comparten.
De esta manera, la disputa en el continente que se está librando año tras año, elección tras elección, es por la conquista de regímenes autoritarios versus los democráticos. La ideología es un péndulo que está sirviendo para acercarse hacia esos dos nichos.
Quienes apuestan por las posturas autoritarias disponen de estrategias muy bien definidas de propaganda y demagogia: hablan de intervencionismo, imperialismo, soberanía, oligarquía… frases que repiten mientras que sus métodos de control tienen un objetivo, hacerse con el poder de manera impositiva. Mucha liturgia al respecto, pero cuando se trata de resolver los problemas de sus países, se quedan varados en sus propias deficiencias.
Bien lo dijo la presidenta Sheinbaum: a la izquierda latinoamericana le hace falta reflexionar sobre lo que está haciendo mal. Porque, en efecto, lo que hicieron en Argentina, Bolivia o Venezuela, ya ni mencionar los casos perdidos de Cuba o Nicaragua, significa que lo que tanto vendieron los grupos de izquierda tras las dictaduras de los años 70 y 80, no significó que estuvieran preparados para gobernar.
El próximo año hay elecciones en dos países clave: primero en Colombia y luego en Brasil. Donde el péndulo de la ideología estará de la mano entre el régimen que se va a ir definiendo en el continente, la democracia vs. el totalitarismo. Pero también ahí está la dictadura venezolana, que todo apunta a que pronto contribuirá a corregir el rumbo apostando a un sistema democrático.


