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Datos, relatos y oposición extraviada

Dueña de un extravío cada vez más desamparado, la oposición partidista tradicional de derecha —en sus dos expresiones, el PRI y el PAN— intenta mantenerse viva armada de mentiras y exageraciones que la acercan a expresiones políticas como las encarnadas por MAGA en Estados Unidos o los libertarios en Argentina.

Hablan de narcodictadura, de autocracia, de un país sumido en un desastre que solo existe en sus desbocados deseos de regresar al poder.

Para ellos, en sus relatos, el país no está al borde del desastre, sino plenamente instalado en el apocalipsis.

La pérdida de sentido de realidad opositor no se limita a sus relatos contra el gobierno transformador. Se extiende a sus propias posibilidades de acción y su futuro.

¿Quién, además de él mismo y su séquito de incondicionales, cree que el dirigente nacional del PRI podría ser un candidato competitivo? ¿Hay algún rastro del PAN doctrinario en un “relanzamiento” que se reduce a un cambio de empaque, como si una expresión política pudiese reducirse a un cambio de empaque, cual si se tratara de una nueva golosina?

Reza un dicho cada vez más extendido que “dato mata relato”.

En el año que recién concluye, la Cuarta Transformación ha acumulado una serie de datos duros que contradicen los relatos opositores, y que solo desde la mala fe o el erróneo cálculo político pueden minimizarse o ignorarse.

Se necesitan grandes dosis de mezquindad para, por ejemplo, negar el significado histórico de que 13 millones y medio de mexicanas y mexicanos hayan dejado las filas de la pobreza.

Ni el PRI ni el PAN pueden negar las evidencias que provienen, además, de organismos con la reputación del INEGI o del Banco de México, o bien de organismos internacionales como el Banco Mundial, al que no puede señalarse de simpatizar con la 4T.

Por estas instituciones conocemos los rasgos del nuevo rostro de un país que por fin da pasos firmes hacia la prosperidad compartida, gracias al modelo humanista que ha logrado engrosar de manera significativa las filas de la clase media y llevar a México al segundo sitio en la lista de naciones con tasas menores de desocupación.

La enorme inversión en los programas sociales ha sido fundamental para dinamizar las economías locales y constituye en sí misma un acto de justicia para sectores largamente excluidos.

Durante largos años se vendió la idea de que era necesario crear riqueza para insertarse y competir en el mundo global. La promesa fue que, tarde o temprano, el mercado se haría cargo de que esa riqueza llegara a las mayorías. Eso nunca ocurrió.

El modelo neoliberal, a estas alturas ha quedado más que claro, no pudo cumplir nunca esa promesa porque es, por definición, depredador y excluyente.

Hoy, gracias al humanismo mexicano, sabemos que la prosperidad sólo es posible si los beneficios llegan a todos los sectores y a todos los rincones del país.

La oposición puede seguir en su extraviada estridencia. Seguirá, así, edificando el monumento a su irrelevancia.

Gobernaron el país durante décadas y legaron un país que sigue, con esfuerzos enormes, recuperando la paz y la seguridad al tiempo que hace de la justicia social algo más que una frase hueca para el uso en discursos oficiales.

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